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¿Cuánto vale un huevo?


Una de las preguntas que surgen cuando conversamos con personas respecto a este viaje es: “¿Cómo será la educación de los niños este año que estaremos viajando?”. La respuesta, lejos de ser clara, tiene demasiadas aristas a considerar, pero hay una idea que suele ser nuestro norte al pensarlo: El viaje es un proceso de aprendizaje en sí mismo.


Emprendimos nuestra travesía con la idea de viajar lento, aunque eso implique el sacrificio de recorrer menos espacios de los que pensábamos en un principio. Manejamos uno o dos días y luego nos detenemos en un lugar o sector por cinco o seis días más. Además de ayudar a nuestros cuerpos a mantener un nivel decente de energía, nos permite conversar mucho con personas que viven en los lugares que visitamos.


Los viajes más rápidos, por lo general, nos maravillaban con paisajes, sabores y experiencias, pero pocas veces nos permitían detenernos a pensar en el esfuerzo humano que hay detrás de lo que “consumimos” y que configuran los recuerdos que creamos. ¿Cuánto vale un huevo? No en términos de dinero, sino en el trabajo, la dedicación y la vida de quienes lo producen. De cómo esas vidas han sido impregnadas de un sinfín de experiencias que se materializan en algo que se entrega u ofrece a otro. Spoiler, no tengo una respuesta a la pregunta.



Llegando a Futa!


Llegamos a Futaleufú hace un par de días, y los últimos tres que estaremos aquí los pasaremos en el camping “Arroyo Quila Seca”. Está a unos 30 minutos de Futaleufú y es un espacio ideal para mirar las montañas mientras escuchamos el incesante murmullo del estero. Está enclavado en una granja del sector, trabajada por sus propios dueños.


En el camping nos recibió Johana, la hija de la dueña, quien estaba visitando a su madre, María. Doña María es una mujer que cultiva su tierra, cría sus animales y ofrece a los viajeros un pedazo de su mundo. Prepara sopaipillas, pan amasado y vende verduras frescas (algo escaso en Futaleufú) a los viajeros.



El “Home School” del día.


Este viaje es también nuestra manera de enseñar. Decidimos que este año nuestros hijos no tendrían educación formal, sino que aprenderían a través de la experiencia. No sé aún cómo los impactará, pero sé que cada vivencia los va moldeando.


El currículo de hoy estuvo formado de la siguiente manera: su primera clase fue hacer nudos de pesca a las 9:30 de la mañana. Ensayaron una y otra vez, por casi una hora, hasta que lograron hacer algunos de manera adecuada. Más tarde, practicaron equilibrio mientras cruzaban un estero saltando sobre las rocas. Aprendieron a desgranar arvejas y habas para la comida, lavaron sus propios vasos y, cuando pensábamos hacer un trekking a un mirador, lo pospusimos para recorrer la granja con Doña María.



Habíamos programado algunas fotografías con ella en sus invernaderos. Eran un par de fotos, pero, tras su invitación para que recorriéramos la granja entera junto a los niños, la sesión se transformó en un tour de varias horas, escuchando historias y contemplando lo que sus manos suelen moldear día a día con paciencia y trabajo duro.


Esta tarde, tuvimos la mejor clase del día. Partimos recorriendo los invernaderos. María pertenece a una agrupación de mujeres agricultoras que venden sus productos en una feria de Futaleufú. Se reúnen en un espacio techado y venden sus productos en una feria de la comuna. Nos contaba que suelen hacer algunas competencias entre agrupaciones de distintas comunas. El año pasado, el premio al zapallo italiano más grande se lo llevó la agrupación de Palena. Este año está cultivando uno gigante con el que pretende ganar el concurso de 2025.


Sin pasar al recreo, nos fuimos a la chacra. Mientras nos impregnábamos de los aromas de las hierbas que crecían en el lugar, María se agachó y, desde la tierra, extrajo cuatro zanahorias que les dio a los niños. Los llevó a la canoa donde llevaban agua desde una vertiente y les enseñó a lavarlas. Los niños las engulleron mientras sus ojos se abrían como huevos fritos al sentir el dulzor del alimento. Creo que es la primera vez que ven cómo es el proceso de extracción de un tubérculo directo desde donde crece. Me encantaban sus manos, me daban la idea de rudeza y ternura. He visto manos así antes, pensaba.


Mientras caminábamos con ella, podía ver los galpones llenos de forraje, preparándose para el invierno (aquí, sin prisa, no se pierde tiempo). Los galpones tenían aperos de cuero colgados, similares a los que veía en la casa de mis tíos y abuelos cuando yo era niño. Era inevitable que estos recuerdos vinieran acompañados de sensaciones corporales que hacía tiempo no sentía. Cuando de niño visitaba a mis abuelos o tíos en el campo, solía meterme en esos galpones a saltar o esconderme en medio del pasto que guardaban.



Luego de ver una pelea de pollos al lado del gallinero, donde los niños apostaban por quién sería el ganador, nos fuimos a una planicie donde estaba el ganado. Esta fue una de sus partes favoritas de la clase. Conocimos a "Dolly", una oveja criada con mamadera, que con una cinta roja que rodea su cuello, se pasea como modelo por las pampas, distinguiéndose del resto del rebaño.


"Paloma" es la vaca del lugar, a la que le encanta que le rasquen el cuello. Los niños volverían a saludarla a la mañana siguiente, ofreciéndole algo de pasto. Ella se los agradecería con un par de coletazos amigables.



Finalmente, nos presentó a su chancha "Cochona", a quien compró con la intención de criarla para comérsela, pero con el tiempo se convirtió en parte de la familia. Ahora, lejos del peligro de terminar en la mesa de alguna celebración, suele responder a los llamados de su dueña y, tras recibir una orden directa, se pone de espaldas para que le acaricien la barriga.


Creo que, de alguna manera, mis hijos estaban generando esa misma memoria muscular en este espacio, similar a la que yo construí con mi familia (o al menos eso solemos pensar los padres que queremos que nuestros hijos se parezcan a nosotros). Corrían, miraban y escuchaban con asombro los relatos entrelazados con las sonrisas de María. Quizás, más que aprender, lo estaban viviendo.



Memorias que te devuelven a ti.


Mientras seguíamos el recorrido por el lugar, me vino a la cabeza que cuando estábamos en Pucón y sentía angustia o llevaba algunos días en que las cosas no me salían bien, le decía a Courtney: "Vámonos al mar". Caminábamos juntos por la costa de Valdivia o Toltén, y ahí revivía un recuerdo de mi infancia que me hacía sentir especialmente bien: caminar con mis padres por la playa, jugando a escapar de las olas. Ese recuerdo me calmaba el alma y aclaraba mi mente en momentos difíciles.



JT, un amigo que conocimos en la zona, nos contaba sobre una idea del escritor Barry Lopez. No recuerdo la cita exacta, pero era más o menos así:


“Si ahora fuese a visitar otro país, antes de visitar un museo, librería, fábrica o ciudad, le pediría a algún acompañante local que me lleve a pasear por el país de su juventud…”


De alguna forma, esto explica bastante bien el tipo de aprendizaje que buscamos los cuatro en el viaje.


En la universidad, un profesor nos soltó una idea de un filósofo británico, Derek Parfit, que hoy me hace mucho sentido:"Somos un saco de recuerdos."


No somos una identidad fija o permanente, sino que estamos en construcción constante. Desde un punto de vista materialista, también podemos agregar que esa construcción es por y con el contexto. El mundo y sus seres nos moldean y nosotros moldeamos al mundo y los otros, deliberadamente o no.


Si pudiera resumir lo que espero en el proceso de aprendizaje de mis hijos respecto de este viaje, es que atesoren memorias positivas y significativas. Que cuando, en su madurez, naveguen por aguas turbulentas (que lo harán), tengan faros que los ayuden a encontrarse. Que aprendan que la construcción de estas memorias, que este saco de recuerdos que ellos son,  es un proceso con el mundo, que las hicimos de la mano de quienes, como María, nos abrieron su puerta. Que junto con atesorar historias que sentirán propias, aprendan a valorar y prestar atención a las historias de los demás. Quizás así, cuando naveguen su vida sin nuestra guía y sean responsables de sus propias decisiones, puedan tener mejor idea que yo de cuánto vale un huevo.



 
 
 

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Qué hermosa aventura y qué mejor regalo y educación le están legando a sus hijos... Bellísimo relato Jorge, un abrazo enorme para ustedes cuatro y me emociona mucho leerles y ver las tremendas capturas de Courtney...


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